viernes, junio 16, 2006

Las formas de la noche


Como sombras mis palabras caerán sobre la ciudad adormecida. Uno a uno, los restos de una oración fragmentada se irán acumulando en los rincones que el ámbar ignora. Pordioseros, tránsfugas, esquizos: rabia contenida en las calles, huellas de humedad que el olvido, como una lluvia ciega, hubiera abandonado para siempre en las fronteras del asfalto. Espectros -alguna vez carne y sangre -despertarán al miedo de saberse entre los hombres, que anochecen, distantes, evasivos. Fantasmas del concreto, en sus ojos no habrá nada que no sea el silencio amurallado, el soterrado enigma de un murmullo que a diario fenece en el entorno. Y se irán quedando solos, sin hallarse, buscando a tientas como quien desea encontrar su nombre en el lugar definitivo.

Sombríos, reflexivos, agotarán las aceras, gravitarán sin saberlo, acaso alguno se topará sin querer con una mujer que aguarda en la esquina, el gesto confundido que creerá reconocerlos. Se habrá equivocado: la mirada no basta para figurar un sueño roto, la descarnada melancolía parida por una nostalgia que no le pertenece. Pero el terror es un capricho desmedido incluso para los dueños de la noche: la mujer apartará los ojos de la figura inconcreta, desandará sus pasos, tal vez confiará de nuevo en los trabajos del olvido. Él o ellos, por el contrario, querrán asirse para siempre a su recuerdo. No lo conseguirán: el mañana los encontrará vacíos, inciertos, derrotados. Porque es la ausencia lo que le da sentido a su misterio.

No son ángeles: jamás han soñado con los hombres. Un anciano frente a una taza de café es sólo la taza de café o el calor, el aroma del tabaco, la rara sensación de que alguien o algo los presiente. Pero tampoco hay maldad en su residencia pasajera: si algún fugaz juego de luces les revelara el contorno de una silueta en el balcón, ellos no verán sino una forma, una cosa más en la geometría del mundo. Nadie odia o anhela lo que no conoce.

¿Qué quieren, entonces, mientras recorren la noche? Ellos no lo saben, pero quizás algún día encontrarán el rastro, que será una fragancia o acaso simplemente la tibia alteración del aire que un cuerpo habrá dejado a su paso. Esa leve confesión me bastará para entender que la mujer, la única mujer, aún existe. Que la ciudad la contiene. Que las calles, a final de cuentas, no son del todo aborrecibles.

Mientras tanto, continuará el asedio. Las formas de mi deseo seguirán merodeando la noche, como un aliento, como palabras, como los fantasmas de un ansia que no cesa.

Y de nuevo la madrugada los sorprenderá en la magia atroz de saberse a sí mismos.