jueves, junio 08, 2006

Verbo hecho carne


Lamer el súbito musgo que postula tu herida. Robar esa secreta alquimia que renace. Incisivo, retomar el temblor, lacerarte. Cincelar aquí y allá el rastro de mis manos. Volver sobre las huellas que va dejando el asombro. Insistir. Saberte esfinge a la distancia, heredera del tiempo, hallazgo entre la arena. Recuperar para tus muslos el sentido del tacto. Contemplar, irreflexivo, el punto suspensivo que alguna vez te ató a otro cuerpo.

Lamer, incidir, hurtar.

Redescubrirte.

Tus ojos, esclavos de mi ansia antropológica.

Palpar el cercenado bosque de tu axila. Rediseñar la curva peligrosa de tus hombros. Rozar con el aliento la complicada geografía de tu oreja y de tu pelo, derramado en sí mismo.

Mis manos son el molde de tus senos.

Inquietarme ante el fragor que dibujan tus labios. Aprehender cada palabra, cada pausa, el colorido engaño que se escurre de tu boca. Encarnar en ti, en tu cicatriz. Confiarte el rigor de la sangre acumulada. Traducir al braille las imágenes del sueño que ayer te habitó. Agonizar, morir incluso de esperma y de violencia.

Reproducir el verbo que antecede a la oración que hoy, aquí, te invoca.

Para adorar el deseo de tu carne infinitiva.