martes, julio 18, 2006

Sólo una puta mentira más


Hay cosas que son de la noche: trayectos de silencio que el viento reclama al cabo de un instante, un verso que te busca, el oro entre las manos del músico de jazz, la alquimia que renace en el sexo de quien amas, los ojos que la niña descubre en la ventana, el inútil azul en la mirada de un hombre agonizante...
La mujer que se viste ante el espejo, sus manos que van dejando rastros de deseo sobre su cuerpo, la figura en la esquina, envuelta en humo, expectante. El brillo le roba un guiño a las farolas; la navaja se cierra y retoma su sueño inquieto en el bolsillo del pantalón. La luz tras las cortinas se apaga al igual que el cigarrillo bajo el peso de una suela. Ella es ahora una silueta bajo el umbral.
-Tarde -le dice el hombre-. Que no vuelva a suceder.
No hay réplica en el gesto que la mujer le extiende a manera de saludo. Además de la seducción, su rostro aprenderá otros hábitos: la indolencia, por ejemplo.
Caminan por calles sin más misterio que los ruidos indecisos de una ciudad adormilada. Él le ofrece un cigarrillo, que ella rechaza. El fuego encarna en el tabaco. El semáforo cambia de rojo a verde con un chasquido apenas perceptible. El hombre la toma del brazo y la apura a cruzar la avenida semi desierta.
-Ve -le dice él cuando han llegado al nacimiento del callejón en penumbras-. Estaré cerca.
El taconeo de la mujer acompasa la cadencia que la lleva a internarse poco a poco en la calle de las putas.
Algunas la ignoran al pasar; otras la miran con recelo: es alta, sus formas se estilizan a contraluz de los faros de los autos que recorren lentamente la larga hilera de cuerpos entallados en lycras, de senos asomados a la noche invernal.
-¿Eres nueva?
Los ojos de brillo apagado de una rubia de ancha espalda la enfrentan. Ella alza los hombros y en sus labios se dibuja una sonrisa asimétrica.
-Hoy lo voy a averiguar -le responde.
Un vehículo se orilla a mitad del callejón. Las mujeres lo rodean, inclinándose ligeramente para comprobar si es deseo o curiosidad lo que hay en los ojos del hombre tras el volante. La ventanilla se abre y una o dos mujeres se asoman, desbordando el filo con la carne descubierta. El auto no se queda allí más que un par de minutos: una morena de abrupta minifalda lo aborda y un instante después ya no es ni siquiera un recuerdo.
Las mujeres se dispersan, recuperan sus espacios, se transforman, en segundos, en inmóviles caprichos de las sombras. Pero ella ha seguido las luces rojas del auto que se pierde a la distancia; luego, sus ojos reconocen la silueta del hombre que la espera, irremediable, recargado en la esquina. El suspiro que escapa de su boca es como los restos de una última esperanza que al fin la abandona.
Enciendo el auto y conduzco, con los faros apagados, hacia el interior del callejón. El truco funciona: las mujeres no parecen notarme, y, cuando me descubren, ya me he extendido en el asiento para abrir la ventanilla y llamar a esa otra mujer solitaria que acaricia el rigor de la blusa diminuta que le ciñe el pecho.
-Hola -le digo.
Ella se vuelve al escuchar mi voz. Se inclina para buscarme el rostro y entonces compruebo que la lejanía no ha desgastado la belleza de sus rasgos.
-Hola -dice ella, mirándome y observando de reojo al hombre que custodia su cuerpo.
-¿Quieres venir? -le pregunto, viendo que las demás han iniciado el ritual del acoso, esperando un titubeo, prestas a arrojarse sobre la carroña de alguna indecisa.
-¿Qué es lo que buscas? -pregunta ella a su vez. Sus ojos recorren en instantes el interior del auto y finalmente se detienen en los míos.
-Compañía -le respondo.
-Búscate una novia -dice ella con estudiada malicia y finge retirarse.
-Tu cuerpo -la detengo-. Busco tu cuerpo.
-¿Cuánto piensas que vale mi cuerpo?
-Dímelo tú.
Ella me dice su precio. No dudo en aceptar.
-Entra -la invito, abriendo la portezuela. Los rostros que asoman a través de la ventanilla empiezan a desaparecer entre murmullos y risitas burlonas.
Acelero. El callejón va quedando atrás. El sujeto, al pasar, le dice algo no muy cordial con la mirada.

-¿Cómo te llamas?
-Por lo que vas a pagar, como a ti se te antoje.
He echado el cerrojo a la puerta y me he quitado ya la gabardina, aunque aún no decido si colgarla en el respaldo de la silla que está frente a la luna o dejarla sobre el buró.
-No soy bueno para los nombres -le digo.
-Entonces, esta noche seré una puta, nada más.
Me le acerco. Le acaricio los hombros, dejo que el dorso de mis manos resbale por la curva de sus senos.
-¿Y quién eras antes de esta noche?
Su cuerpo se tensa un poco, pero ella no se aleja. Justo como debe aconsejar el oficio.
-No eres uno de esos maniáticos que buscan prostitutas para que les hablen de sus vidas, ¿verdad?
-Oye -le sonrío-, eso no es muy cortés de tu parte.
-Es sólo precaución -dice ella, volviéndose un poco para verificar discretamente la distancia que media entre nosotros y la cama.
Me aparto para desabotonarme la camisa. Ella me mira; en su expresión se advierte un leve titubeo, que aprovecho para pedirle que se desvista.
-Para que confíes en mí -observo.
Obedece. La blusa cede al peso de sus senos, que brotan a la tenue luz de la lámpara. La falda desciende por sus muslos, dejando al descubierto el juego oscuro de sus prendas transparentes. Ella me mira, como indagando si debe continuar.
-Quédate así -le digo.
He terminado de desvestirme. La sangre se me agolpa poco a poco en el miembro, que ella estudia sin disimulo.
-Quítate los zapatos -le ordeno-. Ven.
Le acaricio la cintura, el vientre, los pezones que trascienden la orilla del sostén.
-¿No me dirás tu nombre? -inquiero, rozando sus mejillas.
-No es lo que necesitas.
Se hinca frente a mí, me sujeta el miembro, lo manipula sin destreza. Pero, contrario a lo que espero, no se lo lleva a la boca.
-Si quieres que te lo chupe, son quinientos más. Mil sin condón.
No respondo. La obligo a incorporarse y la tiendo sobre la cama. Mis labios le buscan el cuello, el mentón, la boca; ella me rehuye volviendo la cara hacia la almohada.
-Sin besos -dice muy quedo.
El perfume de su oreja me sabe amargo. Dejo que mis dedos se pierdan en la espesura de su falsa cabellera negra y la sujeto por la nuca para obligarla a mirarme.
-Dime tu nombre -insisto.
-No necesitas saberlo: es sólo una palabra. Además, nunca volverás a saber de mí luego de esta noche.
-No es una palabra, sino la historia que esconde.
No forcejeamos precisamente, sólo que resulta un poco difícil hacer que sus labios se acerquen a los míos.
-Te llamas Estela -afirmo, categórico, obligándola a mirarme.
-Si tú lo quieres.
-No es sólo mi deseo: es la verdad.
-Soy el cuerpo que deseas, lo demás no importa.
-Te equivocas -le digo, sujetando sus muñecas por debajo de la almohada-. Tu nombre es Estela, aunque finjas que eso también lo has olvidado.
Sus ojos escupen una primera lágrima. Sólo entonces deja de luchar. Abandono sus manos y le acaricio los senos, le recorro el vientre, me detengo en la promesa del vello que la delicada trama de sus pantaletas no consigue esconder.
-Tu nombre es Estela, eso lo sabes, aunque el resto de tu historia se haya ido, aunque finjas ignorar que alguna vez estuve en tu pasado, aunque te resistas a reconocer que me sé tu cuerpo de memoria...
Pero no es verdad: la piel de su ingle es una farsa, una burda caricatura de todos mis recuerdos.
Por un momento creo que la acompañaré en el llanto. Entonces su voz se impone como una canción desconocida que surgiera en el sueño, tan viva y, a la vez, completamente irreal:
-No te has equivocado: soy Estela, y tú eres el primero, el primero en mi vida...
-¡Cállate! -le digo-. No sabes lo que estás diciendo.
-Sí lo sé: Estela es un nombre hermoso, lo único hermoso que recordaré de esta primera noche. Eso, y tal vez tú.
Ella miente: la ausencia del lunar en ese pliegue secreto la ha delatado. No es Estela, no puede serlo: ella se ha ido, y yo sigo en la atroz tarea de profanar su tumba.
Miente, miente como una puta perversa y embustera, pero a la vez está diciendo la verdad:
-Él me ha obligado a prostituirme, pero, de todas formas, no tengo alternativa. ¿Sabes lo que es no tener otra cosa que tu cuerpo? ¿Sabes lo que significa tener que resignarse a vivir de otros cuerpos?
He mantenido la cara escondida entre sus piernas. El aroma entre ácido y dulzón de su sexo me está dejando una huella imborrable en la memoria. Por eso me animo al fin a incorporarme. Es entonces cuando descubro que su llanto fue menos cobarde que mi propio llanto.
-Tú eres el primero -me dice, secándose las lágrimas.

Hay cosas que son de la noche. La mentira no es una de ellas.

3 Comments:

At 5:34 p.m., Anonymous Anónimo said...

Barbàro de verdad tenìa tiempo sin leerte y ahora que me reincorpore vi lo que me estaba perdiendo yo insisto escribes muy detalladamente, me atrevo a decir que podrìas hacer una novela de suspenso o algo de romance con un final fatal en fin tomelo como un consejo Oscar mientras eso pasè yo le seguirè leyendo

 
At 2:53 a.m., Blogger Conflictiva said...

puta madre! que buen blog...que bueno que llegue aqui

 
At 9:13 a.m., Anonymous Anónimo said...

para infieles esta web que encontre ayer
www.atrevy.com

 

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